Hemos quedado a las 09.00
frente a la fachada principal de la Basílica de San Esteban. Por primera vez en
toda la semana uno de los dos grupos se retrasa considerablemente en su
llegada; han sido los del apartamento de Semmelweis utca; está claro que la
“mala influencia” de Isabel y su sempiterna fama de llegar tarde a todas las
citas se ha hecho hueco en el grupo. Menos mal que hoy no tenemos actividades
programadas a horas determinadas.
Nos plantamos en dos
minutos de paseo en el parque de Széchenyi István tér, que ya conocemos de
otras ocasiones, y al entrar en el Puente de las Cadenas por su estribo este
vemos que está cortado al tráfico y la logística que se despliega en sus
alrededores hace presagiar que hay algún evento organizado que requiere de tal
circunstancia. Cuando miramos para abajo desde la entrada al puente y vemos una
línea de avituallamiento en el paseo paralelo al río lo tenemos claro: prueba
deportiva tipo maratón o similar.
Lo cierto que es que aún no ha pasado la cabeza de carrera y lo de hacerse fotos y poder caminar por el centro de los carriles asfaltados del Puente de las Cadenas, por donde habitualmente solo transitan los vehículos, es un privilegio que no se tiene todos los días. A mitad de puente nos cruzamos con el vehículo que marca el paso del primer atleta aparece y detrás de este más corredores, corredoras y participantes minusválidos sobre sillas de ruedas preparadas para la competición.
Cuando tratamos de cruzar desde el estribo oeste hasta la Adam Clark tér (Plaza Clark Adam), el flujo de atletas empieza a ser considerable y tenemos que esperar el momento oportuno para poder hacerlo. Desde esta plaza (que se considera el kilómetro cero de todas las carreteras de Hungría y está representado por una piedra) se observa el emboquille del túnel que atraviesa las entrañas de la montaña de Buda y que da servicio al tráfico. Sobre la ladera de la colina se puede ver el Funicular de Budapest (Budavári Sikló) que permite subir hasta la cima. Tenía en mis notas la posibilidad de hacer uso del funicular pero lo que se paga por tan corto recorrido (1.000 HUF, algo más de 3 euros) no es justificable. El día es magnífico y desde la parte derecha de la entrada del túnel (visible desde Clark Adam tér) parte un camino que combina rampas y escaleras que llega a lo alto del Castillo de Buda (Budai Vár); antiguamente recibía otros nombres; también es conocido como Palacio Real (Király-Palota) y Castillo Real (Királyi Vár).
A mitad de camino existe un mirador que se alinea longitudinalmente con el eje del puente. A estas horas ya parece un camino de hormigas, completamente copado por los participantes de la carrera. Justo al lado del mirador existe un puentecito que cruza sobre el trazado del funicular y que podemos ver en funcionamiento. Proseguimos caminando hacia lo alto de la colina y en apenas 5 minutos más estamos entrando en el recinto fortificado del Castillo de Buda donde nos recibe la estatua del Turul, ave mítica húngara.
Los espacios y jardines del conjunto permiten vistas panorámicas completas del lado de Pest. Ocupando una posición privilegiada se erige la estatua ecuestre de Eugenio de Saboya, que domina todo lo que la vista alcanza y recuerda al militar que participó activamente en la expulsión de los turcos de los territorios húngaros. Atravesamos un arco de la fachada del edificio principal para acceder a la zona trasera de los jardines en la que sobresale sobre todo lo demás la Fuente de Matías que representa una partida de caza del rey Matías Corvino.
A estas horas los grupos de turistas proliferan en estos espacios tan turísticos y resulta complejo observar edificios y monumentos con tranquilidad. Después de echar un vistazo rápido a un patio interior empedrado al que se entra atravesando la Puerta del León, contemplamos la fachada de la Galería Nacional Húngara, pero damos media vuelta y obviamos los museos que el Castillo de Buda aloja en su interior (aparte de la Galería Nacional Húngara también alberga el Museo de Historia de Budapest. Seguimos las indicaciones del mapa de esta zona de la ciudad para poner rumbo a la Üri utca (conocida como la Calle de los Nobles) donde podremos contemplar las fachadas de los señoriales edificios que en ella se levantan y alguno de sus patios interiores y balcones con multitud de macetas y plantas, ya que esta época del año es propicia para ello.
A la altura del número 9 llegamos al Laberinto del Castillo de Buda (Panoptikum), y en un cónclave rápido optamos por visitarlo a esta hora para ir cumpliendo con los objetivos del día. El acceso casi pasa inadvertido si no se conoce su emplazamiento con exactitud y una estrecha escalera nos conduce al subsuelo de Buda, muchos metros por debajo de la superficie. La entrada cuesta 2.000 HUF (algo más de 6 euros que se han de pagar en metálico) y después de abonarla entramos a través de un torno giratorio en el recorrido perfectamente marcado. La temperatura aquí abajo se mantiene constante a lo largo de todo el año y nos obliga a ponernos algún jersey, por el contraste con el calor que aprieta en el exterior.
Una primera parte del Laberinto lleva al visitante por un recorrido en el que las cuevas y salas enrejadas se suceden conteniendo en su interior maniquís ataviados con ropajes procedentes de representaciones de óperas de Verdi y que han sido empleados en el edificio de la Opera Nacional de Hungría; todo ello ambientado con música de las propias composiciones. El lugar es ideal para todo tipo de trampas y emboscadas en busca del susto a otras personas y a eso se dedica algún que otro adolescente que visita el lugar. No podemos evitar caer en esta tentación y también entramos en el juego.
La iluminación del Laberinto es tenue en su mayor parte pero se ve reducida a la mínima expresión en la parte dedicada al Conde Drácula, que paso aquí varios años cautivo, lo que puede llegar a convertirlo en un sitio claustrofóbico y no apto para miedosos. La ambientación es perfecta con música de película de terror, neblina que invade la atmósfera y algunos lugares completamente oscuros que han de ser iluminados con el flash de la cámara o la linterna del móvil para que los ojos puedan captar lo que en ellos se esconde. Un sitio ideal para el fan de esta temática. La visita continúa por otra zona que narra la historia del uso de estas cuevas y pasadizos que han venido siendo empleados desde la prehistoria por todas las civilizaciones que por aquí han pasado. El recorrido concluye en una zona en la que se muestran restos arqueológicos de ese pasado y la proyección de un video sobre la historia de este lugar e imágenes de las cuevas más llamativas de todo el mundo.
Cuando volvemos a tener contacto con la luz solar recibimos una bofetada de calor y dudamos unos instantes si tomarnos una cerveza en un bar próximo a la entrada al Laberinto pero consensuamos aguantar hasta la comida. Avanzando por Üri utca llegamos al cruce con Szentháromság utca donde giramos para orientar nuestro caminar hacia la Plaza de la Santísima Trinidad (Szentháromság tér); así llamada por la columna que se erige en ella desde 1713, después de que remitiera una epidemia de peste. A su espalda la reluciente fachada de la Iglesia de Matías-Iglesia de Nuestra Señora (Mátyás templom-Nagyboldogasszony-templom), que pasa por ser la iglesia católica más famosa de Budapest. De estilo neogótico, en ella se han celebrado coronaciones y bodas reales. Gracias a su acústica acoge habitualmente conciertos de órgano y de música clásica. Nos detenemos en una escalinata a descansar mientras observamos la arquitectura del templo y de paso certificamos que solo permiten el acceso al interior a la gente que asiste al oficio religioso que debe estar desarrollándose de puertas para adentro.
Es domingo y centenares de
turistas se diseminan por los aledaños del Bastión de los Pescadores
(Halaszbastya). Este enclave es una terraza-mirador desde donde se observa todo
Pest y sus siete torreones recuerdan a las siete tribus magiares fundadoras de
Hungría allá por el año 896. El nombre lo recibe por el asentamiento de
pescadores que había en el lugar y el importante papel que desempeñaron en la
defensa de la ciudad en la Edad Media. En un lugar prominente y a la vista de
todos la estatua a caballo del siempre presente Esteban I de Hungría.
Para poder acceder a la balconada del Bastión de los Pescadores es necesario pasar por caja (600 HUF por persona), pero no merece la pena puesto que se pueden obtener fotografías igualmente impactantes desde otros puntos de la construcción. Bajo la balconada, un bar-restaurante exhibe su carta de precios desorbitados y el motivo es sencillo. En una zona a cubierto de la intemperie pero sin barreras físicas de ventanales o similares que ocluyan la columnata, uno puede tomarse un café o una cerveza con las mejores vistas del Parlamento, pero se paga, y muy caro. Cerca de la figura a caballo del monarca húngaro un par de hombres se ganan la vida con dos aves rapaces cobrando a aquellos que quieren posar y ser fotografiados con ellas.
Por aquí comer en un lugar que no sea un reducto turístico se antoja complicado. Comenzamos una búsqueda infructuosa que nos llevará a recorrer esta parte de Buda. En Fortuna utca accedemos a su Pasaje (se entra por el arco de una fachada de color amarillo) buscando algún supermercado o tienda para poder comprar algo de comer pero no hay suerte. Aquí existe una cantina que a diario ofrece menús a un magnífico precio y que hubiese sido ideal, pero hoy es domingo y no abre (Fortuna Onkiszolgalo -Hess András)
Continuamos paseando y
llegamos al final de Fortuna utca y en vez de abandonar esta zona hacia las
afueras de la muralla giramos a la izquierda por Bécsi kapu tér,
dejando de lado el Archivo Histórico del Estado (Magyar Országos Levéltár) para luego bordear la Iglesia de María Magdalena (Mária Magdolna-templom) y retornar a
la tranquila Üri utca y sus fachadas de postín. No vemos muchas opciones que
nos agraden y pensamos en acercarnos al bar que vimos a la salida del
Laberinto, en esta misma calle, y así podremos picar algo para comer (si es
posible) y compartir algunos bocatas que preparamos esta mañana y que
transporta Alberto en su mochila.
Entramos en el minúsculo local en cuyo toldo figura la leyenda Oroszlános ház-Gösser söröző (Üri utca, 13) donde un señor con barba nos atiende. Sitiamos el pequeño lugar que es apenas una habitación de cuyas paredes cuelgan recuerdos y fotografías del dueño en su juventud: de ellas podemos colegir que fue portero de fútbol en su día, y de cierta fama. Pedimos cerveza de tirador y hacemos uso de una oferta que consiste en jarras de 1/2 litro acompañadas de una salchicha Debrezciner por 990 HUF (alrededor de 3,40 euros). Pero no hay para todos, sólo le quedan 4 salchichas así que tenemos que compartirlas al igual que los 2 bocatas con los que contamos. Al menos calmamos el hambre y podemos dirigirnos a nuestra siguiente parada.
En Szentháromság utca (perpendicular a Üri utca) giramos a la izquierda dejando a nuestras espalda la Iglesia de San Matías y en el fondo de la calle descendemos por unas escaleras cubiertas hasta Lovas utca y a escasos metros caminando en dirección norte llegamos a la entrada del Hospital en la Roca (Sziklákorház Múzeum). Este lugar lo descubrí a través de un bloguero español que lo recomendaba fervientemente por lo interesante del sitio y por no ser un lugar muy conocido entre las actividades turísticas de la ciudad (es un museo privado que fue abierto hace 6 años).
En la entrada recurrimos a
un truco para ahorrarnos unos florines ante la mirada de resignación de la chica
que atiende la taquilla. El precio para grupos de 15 personas o más tiene un
pequeño descuento pero somos 12. Justo en ese momento llegan 4 personas a los
que Marta explica la jugada. Los alemanes (con los que nos entendemos en
inglés) acceden y ahora formamos parte de un “grupo compacto” de 16 personas,
para el pago de las entradas y para la visita que realizaremos en breve. El
precio para un adulto, sin ningún tipo de descuento, asciende a 3.200 HUF. Pago
con mi tarjeta y ajustamos cuentas en metálico con nuestros improvisados y
temporales compañeros.
En la zona en la que
aguardamos para iniciar la visita se venden artículos y souvenirs con el
logotipo del museo y otros que son material original de la década de los 60 y
70, y que nunca llegó a ser empleado en la vida útil de este hospital que luego
fue empleado durante un tiempo como refugio preventivo ante posibles ataques de
distinto origen que pudieran haber tenido lugar durante la guerra fría. La
visita es dirigida por una guía y nos habla en inglés (en este momento solo
está disponible el inglés y el húngaro como idiomas en los tours); nos ofrece
gabanes de paño para cubrirnos de la temperatura que existe en el subsuelo.
La primera parte de la visita recorre el interior del hospital que recibe su nombre (Hospital en la Roca) por ubicarse en pasadizos subterráneos y dio servicio durante la II Guerra Mundial. Se representan escenas de lo que allí aconteció mediante figuras de cera y material sanitario y quirúrgico que es original y que aún se conserva. Resulta más que instructiva la explicación que la guía acompaña al recorrido de cada sala aunque se echa en falta algo más de tiempo en cada una de ellas para inspeccionar con minuciosidad los elementos que se exponen. Y a todo eso sumamos que alguno de nosotros ha de ir traduciendo del inglés al castellano para los que no tienen nivel suficiente con el idioma anglosajón.
Como transición entre las
dos partes principales en las que se divide el museo, se puede ver la
reconstrucción de un par de escenas militares modernas, con presencia de tropas
húngaras, y en una de ellas incluso existe un helicóptero que ha sido
reconstruido en el interior del subterráneo pieza a pieza y que capta la
atención de todos nosotros. El recorrido entonces se adentra en las instalaciones,
pasadizos, estancias y recovecos que fueron construidos para transformar el
antiguo hospital en un refugio contra los posibles ataques que se podían
originar durante el período del siglo XX conocido como “guerra fría”.
Existían sistemas de ventilación y de almacenamiento de agua, que junto con los
equipos de descontaminación y de respiración autónoma podían ofrecer a los
civiles un lugar donde ponerse a salvo de cualquier ataque químico, nuclear o
radioactivo y subsistir varias semanas en el subsuelo.
Como colofón a la visita
la guía me invita a hacer sonar una alarma que se activa con una manivela y que
estaba diseñada para desencadenar en su día todo el mecanismo de emergencia en
caso de ataque exterior. El ruido se va haciendo más potente y su eco resuena
en las paredes a medida que imprimo velocidad al artefacto. Es impresionante la
sensación que se tiene, aunque sea efímera, de estar inmerso en una escena
bélica en el interior de un búnker de la II Guerra Mundial.
Al llegar al punto donde
iniciamos el tour, la guía nos hace señales para que devolvamos los gabanes a
sus perchas y para que esperemos unos minutos a que termine el grupo anterior
en la sala de visionado y así poder acceder nosotros. En una pequeña habitación
de paredes encaladas proyectan un vídeo de unos 10 minutos de duración en el
que mediante el empleo de imágenes de archivo, en blanco y negro, se representa
la fascinante historia del Hospital en la Roca que la guía nos ha ido esbozando
minutos antes. La visita ha merecido la pena porque hemos conocido de primera
mano un lugar y una historia muy próxima en el tiempo y lo hemos hecho de la
manera más gráfica posible, inspeccionando el escenario donde en su día aconteció,
tal y como era entonces.
Subimos las escaleras de Lovas utca, nos dirigimos hacia el Bastión de los Pescadores y desde aquí una escalinata nos lleva en descenso directo a las calles aledañas a la orilla oeste del Danubio, en una zona que conocemos bien próxima a Batthyány tér. En la estación de metro compramos billetes sencillos de transporte para poder hacer uso del autobús de la línea 86. Por más que intentamos picar los billetes en las máquinas del interior del bus resulta misión imposible, no lo conseguimos a pesar de pedir ayuda a algún húngaro que nos observa con gesto indiferente.
En la parada de Kolosy tér nos apeamos y comenzamos una lenta subida por Szépvölgyi utca alejándonos del río que queda a nuestras espaldas. Llegamos a la altura del McDonald’s de esta calle. Son más de las 17.00 y como la comida ha sido frugal hay gente que tiene hambre; no se puede luchar contra este fenómeno y al ser hoy domingo es complicado encontrar más cosas abiertas. Hacemos una parada rápida en el restaurante de la archiconocida hamburguesería. Mientras el resto se queda decidiendo qué pedir en una carta que tiene algunas variaciones sobre la que se puede ver en franquicias españolas de la marca y con un precio mucho más económico, Alberto y yo caminamos calle adelante un par de centenares de metros para asegurarnos que el motivo que nos ha traído aquí está operativo. Y así lo deducimos por las colas de gente que hay en la puerta de Daubner Cukrászda, donde llegamos a entrar para confirmar su hora de cierre durante hoy domingo; las 19.00.
Cuando hemos aplacado el
hambre todos juntos caminamos hasta la heladería-pastelería; en su exterior el
número de personas que pacientemente aguardan su turno para entrar en el local
lejos de disminuir ha aumentado. Aparentemente no hay turistas por aquí, y si
los hay no nos percatamos de su existencia. Es un lugar alejado del centro y
que tiene gran fama entre los habitantes de Budapest por ofrecer los mejores
helados de la ciudad. Preguntamos en la barra y tarda un rato en aparecer y
hablar con nosotros la que parece única chica que domina el inglés. Nos explica
que se paga antes en caja, uno va a la cola y espera su turno para pedir. Deben
pensar que para evitar que taponemos el lento fluir de los clientes lo mejor es
que nos atiendan rápido y abandonemos el local. Y así lo hacen.
Los precios son muy
económicos; se pagan 200 HUF (unos 0,70 euros) por un helado de cucurucho de
dos bolas. Pero lo mejor de este sitio no es el precio, no. Por eso no se viene
hasta aquí. Es la calidad de los helados, que con una cremosidad y una
intensidad de sabor profunda y consistente, convierten a este sitio en ese
lugar predilecto al que sin duda te traería un amigo húngaro si le visitaras en
Budapest. Estamos en Hungría y personalmente opto por un sabor del país: dos
bolas de somloi galuska
(postre que ya probamos el día anterior). Mientras saboreo el excepcional
helado sentado sobre el murete frente a la fachada de la heladería pienso para
mí que bien ha merecido la pena la escapada hasta este sitio. Todos nos
sentimos como niños mientras vamos consumiendo los cucuruchos entre nuestras
manos, antes de que desaparezcan por completo. Apenas hablamos mientras
permanecemos en el medio del ajetreo del ir y venir de los clientes con
paquetes y cajas de cartón llenas de todo tipo de pecados en forma de dulces y
tartas y que proceden del local que se sitúa a nuestra espalda.
Tras 5 minutos de espera en la parada de bus de Szépvölgyi utca, la más próxima a la heladería caemos en la cuenta de que la línea cuyo autobús esperamos no presta servicio hoy domingo. Toca bajar andando hasta la orilla de río, pero antes de llegar a ella Marta y yo nos rezagamos para entrar en una panadería en la que compramos algo de pan y unos dulces para la cena de esta noche. En la parada Szépvölgyi utca del tren de cercanías HEV (línea 5), justo al lado del río y frente a la Isla Margarita, esperamos el paso de la siguiente circulación. Este recorrido lo conocemos puesto que fue el que originó el “malentendido” con los billetes el martes pasado, cuando nos querían “colocar” una multa.
Otra vez en la estación de Batthyány tér hacemos el transbordo que ya nos resulta familiar y la línea roja de metro (M2) nos traslada al otro lado del río. Javier se apea con los ocupantes del apartamento de Nádor utca para echarnos una mano en el transporte de las cervezas hasta Semmelweis, donde cenaremos todos juntos. Al paso por la Plaza Isabel (Erzsébet tér) multitud de casetas de madera en lo que parece ser un mercadillo de fin de semana animan el ambiente, y en ellas se venden souvenirs y cosas de toda índole, incluyendo artículos de repostería, especialidad húngara por excelencia.
Desde el apartamento de Semmelweis, (aquí dejamos a Óscar y a Fátima porque al primero le duele la cabeza), el grupo se pone en marcha hacia el barrio judío. Volvemos a pasar por la puerta de la pastelería de especialidades hebreas Frölich, pero de nuevo lo hacemos a deshoras y ya está cerrada; se nos resiste probar este tipo de dulces. En pocos instantes llegamos a Kazinsky utca y a la altura de su número 14 entramos en el local denominado Szimpla Kert.
El Szimpla Kert fue el
pionero y sigue siendo el máximo exponente de lo que se han denominado ruin pubs (romkocsma). El
concepto surgió cuando grupos de jóvenes decidieron salvar edificios en la zona
del centro de Pest que estaban a punto de ser derruidos para lo que pagaron al
ayuntamiento un alquiler simbólico de los mismos y los convirtieron en “bares
de ruinas” (ruin pubs). El Szimpla en su interior es una caja de sorpresas y
nos diseminamos por sus dos plantas y por su patio inspeccionando la decoración
y objetos que lo inundan. Menos mal que al final hemos venido porque a todos
mis compañeros de fatigas les ha encantado el lugar y la atmósfera que en él se
respira. Aquí te puedes encontrar cualquier cosa formando parte de la
decoración: una bañera empleada como sofá, un proyector antiguo como mesita
para dejar la cerveza, un coche cortado por la mitad y varado en mitad del
patio que ofrece asiento para tomarse un
café….
Mientras estamos pidiendo bebidas en la barra (1/2 litro de cerveza de la casa 550 HUF) un chico joven, moreno y que parece buscar a alguien entra en el local. Me dirijo rápidamente a él. Se trata de Bazsimano (es el alias que emplea al postear), nuestro amigo del Foro de Hungría de Los Viajeros y residente en Budapest que tanto nos ha ayudado antes de este viaje y durante el mismo. Mientras le invitamos a una cerveza conversamos con él sobre las peripecias que hemos sufrido con el tren en Balaton y las agresivas revisoras del metro que nos querían multar. Luego la conversación deriva a las diferencias entre la forma de vida en Hungría y en España, el coste de la misma, las prestaciones sociales, los horarios laborales…. Balazs es un tipo encantador y con el que apetece conversar para conocer más del país, de primera mano. Nos tomamos otra ronda de cervezas mientras seguimos departiendo con él hasta las 21.30 pasadas.
Nos despedimos de él en la
calle agradeciéndole de corazón todo lo que ha hecho por nosotros, y cuando se
introduce en la estación de metro de Astoria y le hemos perdido de vista caemos
en la cuenta de que no nos hemos hecho una foto con él; un error imperdonable.
A nuestra llegada a
Semmelweis, Óscar y Fátima han iniciado los preparativos de la cena y tomamos
el relevo en la cocina. Hay que reconocer que los embutidos y quesos en España
son de calidad suprema, pero las variedades de salami y de quesos típicos
húngaros que compramos en el mercado no desmerecen a los españoles en absoluto.
Y así, entre las cervezas y la cena, pasamos un rato todos juntos. Nos gustaría
parar el tiempo, detener el reloj en este instante, aunque fuera por unos días
más, porque todos sabemos que es complicado que coincidamos y estemos juntos
debido a los lugares de residencia que tenemos. Nos da pena que el viaje esté
llegando a su fin, pero más tristeza nos produce tener que separarnos después
de una semana de convivencia.
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