domingo, 28 de abril de 2013

La inmensidad del lago Balaton - (viernes, 19 de abril de 2013)

Las 06.55 es la hora fijada para encontrarnos en nuestro punto de reunión habitual, lo hemos convertido en costumbre. Mary y yo nos adelantamos a Óscar y Fátima en la salida del apartamento de Nádor utca para hacer un paso por el cajero de CITIBANK situado en Vörösmarty tér para retirar efectivo. Para no romper el compromiso adquirido y la tónica habitual los dos grupos nos reunimos sin demoras sobre la hora establecida.


En la taquilla del metro hay una cola considerable para adquirir billetes pero siempre queda la opción de algún estanco cercano, de los que hay en el interior de la propia estación. Con un rótulo RELAY son fácilmente identificables y aunque en esta ocasión los bonos de 10 billetes se han agotado no hay nadie esperando así que el trámite es muy rápido; 350 HUF por cada billete sencillo.

Tomamos la línea roja (M2) en dirección a la parada de Déli pályaudvar, que además es final de recorrido de la misma y donde coincide con una de las estaciones de ferrocarril más importantes de la capital húngara (de las varias que existen). Ascendemos desde el nivel del subsuelo por el que circula el metro hasta la superficie y son las 07.20 cuando comenzamos a investigar en paneles informativos y rótulos de los andenes el lugar de salida de nuestro tren. Por fin localizamos uno que se dirige a Balatonfüred pero hay algo que no nos cuadra: su salida se anuncia para las 07.25 mientras que en nuestros billetes impresos en papel figura otra hora distinta, las 07.30.




Después de subirnos al tren y preguntar a una chica húngara que habla algo de inglés nos confirma que el destino del tren es Balatonfüred pero no entiende el cambio horario, no sabemos si seguir en el tren o apearnos hasta que en el último momento aparece un revisor en el andén, le mostramos los billetes y nos dice que estamos en el tren correcto. Intentamos orientarnos dentro de los vagones buscando el sitio que nos pertenece porque nuestros billetes son de segunda clase.


Recorremos distintos espacios con diferentes tipos de asientos y configuraciones hasta llegar a un vagón con varios compartimentos contiguos vacíos, cada uno de ellos con capacidad para 6 personas y cómodos asientos y nos posicionamos en ellos. Si no corresponden a la clase que hemos comprado el revisor nos lo avisará, no hemos sido capaces de averiguar qué sitio nos correspondía al no haber indicaciones.

Aparece el revisor y mientras escanea los códigos (QR) con su móvil no nos dice que hayamos de cambiarnos de asientos, por lo que debemos estar sentados en la zona correcta. No habla inglés, solamente húngaro pero por señas y empleando lápiz y papel comprendemos lo que nos quiere decir: hay que bajarse en una parada intermedia y coger un autobús por lo que deducimos que debe de haber algún problema en la línea.

Tratamos de volver a preguntar a la única persona en el tren que hemos comprobado que habla inglés (en él parece que solo viajan nativos), la chica que se sienta unos vagones más allá, pero ella tampoco tiene clara la situación, nos aconseja que sigamos a la masa cuando el tren pare, cosa que tiene lógica en el comportamiento humano. En la vuelta a nuestros compartimentos reparamos en algunos detalles que no habíamos visto antes; una especie de vagón como si estuviese habilitado para el transporte de presos, los arcaicos baños que sólo pueden ser usados en movimiento por su desagüe directo a la vía, los pintorescos personajes entre los que viajamos…

Llegamos a la ciudad de Székesfehérvár, punto en el que el revisor nos ha indicado que acababa provisionalmente el recorrido del tren. Entre el resto de viajeros nos dejamos llevar por los cañones subterráneos bajo los andenes y al salir de la vieja estación dos autobuses nos esperan. Nos subimos no sin antes señalar al conductor el nombre de Balatonfüred y de recibir su asentimiento. Callejeamos por la ciudad y desde las ventanillas del bus podemos ver alguno de los edificios más representativos de la localidad como la Iglesia Memorial Ottokar Prohaszka.


Por espacio de una hora el autobús recorre carreteras secundarias en una zona de campiña con enormes extensiones verdes, sin presencia de ganado, sin presencia de grandes cultivos y donde la agricultura asoma simplemente en forma de pequeños huertos al atravesar algún núcleo poblado. Aún nos queda una sorpresa más; el vehículo se detiene en medio de una playa de vías, en un lugar donde un cartel reza Balatonkenese. Está claro que hay que hacer otro trasbordo y como si de refugiados de guerra se tratara todos nos movemos a través del balasto y los raíles a un nuevo tren, más antiguo, más genuino, con aspecto comunista donde los tapizados son de lo más retro y en el que tomamos asiento junto a nativos del interior del país, alguno de ellos con vestimentas típicas. Otro revisor vuelve a escanear nuestros billetes impresos en papel,¡¡¡Cómo arriesgarte a viajar sin ellos!!!.






El lago Balaton acaba por manifestarse y su orilla se muestra ante nuestros ojos. Por increíble que parezca a la hora marcada en nuestros billetes (minuto arriba, minuto abajo) el cartel en la entrada de los andenes marca el destino, Balatonfüred. Según las informaciones que manejo justo en la estación de ferrocarril hay una parada de autobuses interurbanos que hemos de tomar para llegar a la península de Tihany, y aunque los horarios así lo anuncian en los postes de las improvisadas dársenas Marta y yo nos acercamos a la estación a corroborarlo; primero en la ventanilla de los ferrocarriles húngaros y luego en la de Volanbusz, a la que nos emplazan los anteriores.





El horario de los buses de Volanbusz que hacen el recorrido entre Balatonfüred y Tihany coincide con el que tengo en mí poder. A las 10.10 el vehículo se pone en marcha (310 HUF el trayecto) y se aleja del centro de la localidad y enfila una especie de paseo “marítimo” a orillas del lago Balaton. Algo había leído sobre el tamaño de este coloso, el más grande de Centroeuropa pero he de reconocer que aún sabiéndolo de antemano sus dimensiones abruman. De no saber que es una masa de agua dulce con antelación, muchos podrían pensar en un primer momento que se encuentra frente a un mar o un océano. Pero lo más llamativo es el color azul turquesa de sus aguas, cosa palpable y notoria a medida que el bus recorre su orilla norte.

La península de Tihany es el punto al que nos dirigimos, una lengua de tierra que se adentra en la inmensidad del Balaton. El recorrido del autobús bordea la orilla por completo y de repente empieza a ascender por una carretera que discurre por zona arbolada y salpicada por casas de verano donde muchos húngaros pasan sus vacaciones estivales. Al llegar a la parte más alta se hace visible el llamado Lago Interior (Belső-tó), situado a un nivel superior que el Balaton. Llegamos al final del trayecto, la parada de “Tihany posta”; a pocos metros y sobre un montículo se ven las torres de la abadía benedictina.



Mientras algunos curiosean por las tiendas próximas otros nos adelantamos y nos posicionamos en un agradable patio interior, sin presencia de turistas; tomarnos una cerveza para mitigar la sed y la transpiración que la humedad ambiente empieza a causar. El sitio se llama Stég Pizzeria, y sirven cerveza de tirador Soproni a un precio de 500 HUF (1,70 euros) el vaso grande de 1/2 litro. Estamos en la más importante y frecuentada zona turística de Hungría, sobre todo en temporada estival, y eso se nota en unos precios algo superiores a los que habíamos visto hasta ahora en el resto del país (la renta per cápita de esta región es la más alta del país) de la pequeña localidad de Tihany. Es la zona en la que más cara pagamos la cerveza, junto con la capital, Budapest.




Existe una Oficina de Información Turística de Tihany y de su península en una zona de escaleras que trepan hasta la Abadía Benedictina (a unos 50 metros de la carretera en la que el bus para). Hacemos una pequeña incursión para obtener información sobre lo que hay que ver y de paso pido recomendación de algún restaurante, dentro de lo posible, en un estándar “turístico” como el que se estila aquí.


 


Nos quedamos fascinados por las vistas que desde la plataforma cercana al edificio religioso se tienen de esta parte del Balaton (lado este) con la población de Balatonfüred al fondo, apareciendo sus casitas diseminadas por toda la orilla. Y desde esta altura el color azul del agua del Balaton adquiere una tonalidad indescriptible, pura, vívida, bajo una luminosidad perfecta con un sol de primavera que atiza con mucha energía.





Tras un primer intento fallido de comprar las entradas en el acceso a la Abadía Benedictina de Tihany una amable señora nos redirecciona hacia un moderno edificio que hay cerca, en el que podemos adquirir las entradas a un precio de 1.000 HUF la unidad. La entrada incluye el visionado de una película de unos 10 minutos de duración (el idioma español está disponible) que se proyecta en una sala perfectamente acondicionada con las gradas tipo teatro, y que cuenta la historia del lugar y cómo se ha alcanzado el estatus actual. La proyección resulta bastante interesante.


En la entrada a la abadía volvemos a coincidir con la señora que antes nos indicó el punto de venta de los tickets, se trata de la guía, que nos da detalles y explicaciones del interior de la capilla, en un perfecto inglés. El lugar está profusamente decorado y desde aquí se accede a la cripta subterránea donde yacen los restos del rey Andrés I de Hungría (fundador de la abadía en 1055). Luego se pasa por varias estancias que recrean la vida de retiro en el lugar para acabar descendiendo a otro sótano que acoge una exposición y representación de la formación y evolución del lago Balaton y artículos de todo tipo de la vida en siglos anteriores por estos pagos. A la salida compramos un obsequio para Rubén y su colección, una cerveza en botella de cristal elaborada en la propia abadía.








Con paso parsimonioso ponemos rumbo al restaurante que nos han indicado en la Oficina de Información Turística de Tihany. El paseo, cuesta abajo, es agradable y nos da la oportunidad de ver las construcciones típicas de la zona con tejados de algún material vegetal local (parecen juncos) y de gran grosor, que deben ejercer a la perfección la función para la que están diseñados, proteger del agua y del sol. Las casitas y villas que encontramos a nuestro paso nos hacen suponer que debe ser un lugar ideal y tranquilo para disfrutar en el período estival, con infinidad de caminos para practicar el senderismo y poder perderse con la bicicleta: sin duda un sitio en el que merecería la pena pasar un tranquilo retiro dentro de este marco excepcional.



El Oázis Étterem nos da la bienvenida con una terraza que rápidamente queda cubierta por un toldo para ganar el frescor de la sombra; estamos a solas y nadie nos molesta, salvo 4 ó 5 gatos que merodean el jardín con vistas magníficas sobre el Lago Interior de la península. Compartimos algunos entrantes entre los que destaca por ser típico del país el foie de hígado de oca (libamaj), que todo sea dicho, está riquísimo. Los segundos platos son más “convencionales” a excepción de lo que pide Javier y que ofrece a probar a todo el que quiera: pez gato. Una especie de pez de agua dulce, que debe abundar en el lago.




La cerveza checa Staropramen ayuda a aplacar la sed que sentimos en un día excepcionalmente tórrido para el mes de abril y el ambiente y las vistas del lugar son tan relajadas que optamos por prolongar la sobremesa tomando café. Aprovecho este entretiempo para, usando la WIFI del restaurante, intercambiar correos con Balazs (un forero de “Los Viajeros”, que he conocido a través del propio foro) que gentilmente nos gestiona los taxis de regreso al aeropuerto de Budapest para nuestra vuelta a España. Pagamos por comida, bebida y cafés un total de 40.550 HUF, lo que vienen a ser algo menos de 14 euros por persona. La calidad de la comida, el exquisito servicio y la impagable calma y tranquilidad que aquí hemos tenido bien lo valen.






Retornamos a la parada del autobús y la mayor parte del grupo curiosea entre las tiendas y aprovechan para comprar algunos productos (paprika) y recuerdos típicos del país. Javier, Óscar y yo, después de dar un paseo por las callejuelas cercanas nos metemos en la pastelería Rege cukrászda a tomar un batido, que pasaría por un sitio completamente normal, de no ser por las majestuosas vistas que nos depara su terraza, sobre una ladera de gran pendiente de la que emergen casas y fincas particulares y con el bello color del Balaton como fondo de una postal ideal.


 



Nos apeamos del bus de regreso a Balatonfüred unas paradas antes, justo frente a lo que parece ser el comienzo de un paseo fluvial que recorre la orilla. El aspecto del lugar es totalmente el de un sitio costero, con embarcaciones, tumbonas sobre las que la gente descansa contemplando la plácida masa de agua…. Hacemos una parada frente a las esculturas del Pescador y el Barquero que dan inicio a lo que se conoce con el nombre de Paseo Tagore. Recibe este nombre en recuerdo de Rabindranath Tagore (poeta indio del siglo XX) que pasó en esta localidad una temporada siendo tratado de una afección cardíaca.




Nos alejamos de la orilla para adentrarnos en el corazón de la localidad, justo en el punto en que una pequeña plaza reúne varias edificaciones singulares. Por un lado un templete que en realidad es el pozo de bombeo Kossuth Lajos de donde se puede obtener aguas medicinales cargadas de minerales que se supone tienen efectos positivos para el corazón. Por este motivo se construyó aquí un Hospital Estatal para el tratamiento de Enfermedades Cardíacas que aún se mantiene en funcionamiento.




Próximo a este enclave se halla el Parque Fenyves, un área verde de la ciudad que recorremos para relajarnos y en el que los locales aprovechan para hacer todo tipo de actividades lúdicas: tenis sobre tierra batida, ping-pong, footing, bicicleta. Somos testigos de la importancia que tiene como lugar de esparcimiento, es viernes por la tarde y el lugar bulle de actividad.





De vuelta a la estación de ferrocarril hacemos una parada en un supermercado MAXI-COOP con el objetivo de comprar algunas cosas para cenar en el tren y para el desayuno del día siguiente. Siguiendo el mapa-callejero y las indicaciones de los carteles encontramos la estación de ferrocarril sin dificultad. Tenemos 45 minutos por delante hasta la partida de nuestro tren; aprovechamos para refrescarnos con una cerveza en la terraza de la Peron Pizzéria and Pub. Nos sirven Dreher, a 440 HUF el 1/2 litro. Son las 18.30 y algunos autóctonos parece que ya están en el horario de la cena.


Con diez minutos de antelación sobre el horario que marcan nuestros billetes subimos al nivel de andenes y empieza a extrañarnos que no se anuncie la llegada de ningún tren. Transcurre el tiempo y en la desierta estación no se mueve un alma. Ha pasado la hipotética hora de salida de nuestro convoy y no hay movimiento: preguntamos a un operario de la estación y como podemos logramos entender que nuestro tren (supuestamente partía a las 19.10) ha pasado a las 18.59, por algún tipo de cambio de horarios inesperado e incomprensible. La solución que nos da es esperar hasta la mañana siguiente, porque esta noche no hay más trenes hasta Budapest.


Mientras nos dirigimos hacia la ventanilla de información de la estación entre algunos componentes del grupo cunde el desánimo y por un momento se ven haciendo noche en Balatonfüred. He de reconocer que a mí también se me pasa por la cabeza en algún instante pero trato de mantener la calma: tiene que haber alguna solución más porque de madrugada hemos de estar en Budapest para abrir la puerta a Isabel y Matt, que llegan en bus desde Praga, y al día siguiente tenemos reservada y pagada visita al edificio del Parlamento a las 10.15.

Una señora rechoncha y recia nos atiende en la ventanilla; de manera amable y muy diligente nos explica que los horarios de los trenes se han visto modificados por trabajos que se vienen ejecutando en la vía. Es inaudito que una empresa nacional como es la de ferrocarriles húngaros (MÁV) no avise a los usuarios de este contratiempo, más aún cuando los billetes se han comprado con antelación por internet y disponen del correo electrónico de los clientes para hacerles llegar este tipo de informaciones. También es cierto que nos hemos confiado y viendo el devenir de los acontecimientos del viaje de esta mañana deberíamos haber preguntado en la ventanilla, pero no lo hicimos, fuimos poco precavidos.

Hago memoria y recuerdo las palabras de mi colega Sebas en el Camino Primitivo en el pasado mes de septiembre: “No quiero que me cuentes los problemas, cuéntame las soluciones”. La señora de la ventanilla comienza a desplegar horarios y cuadrantes de trenes, mientras habla con su compañero (el que nos ha dicho que hasta el día siguiente no hay tren hasta Budapest). A medida que va descifrando las planillas de papel empezamos a recobrar el optimismo. Después de un rato y varias anotaciones garabateadas en un post-it nos dice que es posible llegar a Budapest con la combinación siguiente: tren-autobús-tren-tren-tren, cuatro transbordos en total. Lo que nos deja claro es que tenemos que comprar (de nuevo) los billetes (2.520 HUF cada uno) que pago con tarjeta y que cuando lleguemos a Budapest, pongamos una reclamación en la estación de Déli pályaudvar.


Hasta la hora de partida desde Balatonfüred volvemos a la Peron Pizzéria and Pub y aprovechamos para cenar; hay que ser positivo, al menos cenaremos caliente y no con bocadillos. Algunos piden hamburguesas y otros nos decantamos por probar los “gyros”, un plato muy extendido en Hungría y que se puede definir como un kebab. Aunque lo sirven en plato y no en pan de pita, nos vale igual. A más de uno la cena casi se le indigesta pensando en subir a los andenes con tiempo suficiente no sea que perdamos nuestra única opción de llegar a Budapest esta noche. Una vez realizado el pago con tarjeta en el restaurante (la cena nos cuesta poco más de 5 euros por persona al cambio) entro en el baño y prácticamente me veo solo cuando vuelvo a salir a la terraza.



Una vez en el andén comienza la odisea. El primer tren llega a Balatonfüred a la hora prevista, 20.59. En este trayecto tenemos un encuentro agradable con un chico de 17 años que al pasar por nuestro vagón nos oye hablar y decide practicar el idioma con nosotros. Con un castellano más que notable (incluidos giros gramaticales y frases hechas) nos cuenta que lo ha estudiado en el colegio y que tiene pocas oportunidades de usarlo en Hungría. Para su corta edad ha viajado ya por multitud de países (incluyendo España) y en breve partirá como integrante de la Ruta Quetzal hacia Sudamérica. Este logro ha sido como consecuencia de su brillante expediente académico. Apenas conversamos con el chaval 15 minutos hasta que se apea en su estación (va a tomar unas cervezas con sus amigos) pero son más que suficientes para comprobar que estas son las cosas increíbles que tienen los viajes, conoces a gente interesante en el lugar menos esperado.


Llegamos a Balatonkenese y seguimos los pasos de la revisora como si fuese nuestra canguro para que nos conduzca a un bus que espera a los viajeros para trasladarlos hasta Balatonakarattya. Y una vez llegamos a esta localidad volvemos a hacer un transbordo siguiendo a la revisora hasta  otro nuevo tren que nos llevará hasta Székesfehérvár, debiendo llegar a este punto teóricamente a las 22.34. Esta nueva circulación es completamente distinta a lo que habíamos visto hasta ahora; destaca su diseño moderno, mucho más avanzado que los que se pueden ver en el sistema de cercanías de ferrocarril de España. Vamos prácticamente solos y la revisora que sigue ejerciendo de nuestro “ángel de la guarda” conversa en la cabina con el maquinista dejando la puerta entreabierta del puesto de conducción lo que nos permite asomarnos a curiosear y a tener la perspectiva de la vía en la oscuridad en el avance del tren.

Esta etapa de la aventura concluye en Székesfehérvár a la hora estimada y la revisora se despide de nosotros no sin antes indicarnos el andén al que hemos de dirigirnos para coger el próximo tren que parte a las 22.55 con dirección a Háros. En esta ocasión el revisor, con el que pronto nos topamos, es un tipo regordete que parece bromear (en húngaro) con nosotros, a pesar del rapapolvo que inicialmente le cae a Mary por llevar el pie sobre uno de los asientos.


En la estación de Háros el tren se detiene en medio de la playa de vías. Con una iluminación que brilla por su ausencia lo único que podemos hacer es seguir a Marianico “El Corto” (como hemos bautizado al peculiar revisor) y al exiguo haz de luz que arroja su linterna. Con cuidado de no torcernos un tobillo entre el balasto y las vías ganamos el último tren que ha de llevarnos a Budapest.

De momento los horarios se van cumpliendo milimétricamente tal y como nos había garabateado la simpática operaria de la estación de ferrocarril de Balatonfüred. En teoría, el último tramo de nuestra etapa arranca a las 23.59 desde Háros hasta Déli pályaudvar (Budapest). Todo iba estupendamente pero de repente los planes se ven trastocados ligeramente. Sin que lleguemos a conocer el motivo, el tren parte con un retraso de 45 minutos, que se acumulan como una losa con el cansancio que ya sumamos en nuestro largo periplo.


Cuando por fin llegamos a la estación de Déli pályaudvar casi no podemos creer que la epopeya haya terminado. Es la 01.15, nos ha llevado 4 horas hacer un recorrido de 132 km, pero lo hemos conseguido. La oficina de información de la estación obviamente está cerrada a estas horas, así que no podemos reclamar. El servicio de metro finalizó hace bastante tiempo. O nos ponemos a caminar o tomamos taxis hasta los apartamentos. Hacemos esto último: 2.000 HUF (menos de 7 euros) cada uno de los dos taxis que tomamos hasta Semmelweis utca y 1.500 HUF (algo más de 5 euros) por el que nos lleva a Nádor utca.

En teoría deberíamos haber llegado a Budapest (según los horarios previos a la epopeya) a las 21.34, con tiempo y ganas de recorrer parte del barrio de Buda a pie para llegar al Bastión de los Pescadores y poder ver la ciudad iluminada desde este punto. Nada más lejos de la realidad. Al menos no nos hemos quedado tirados en Balaton. Incluso después de la agotadora aventura la jornada ha sido provechosa visitando un enclave de belleza natural desbordante. Y además hemos convivido con húngaros y con sus problemas del día a día, con lo que se puede intentar comprender mejor a las gentes de un país. Son las cosas que no planificas y que hacen que merezca la pena viajar. Todo esto lo pienso mientras cruzamos a gran velocidad el Puente de las Cadenas, que a estas horas carece de cualquier iluminación. La ciudad duerme.



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