domingo, 28 de abril de 2013

La magia del Castillo de Devín - (jueves, 18 de abril de 2013)

Cuando me levanto a las 07.00 compruebo en mis notas que el Castillo de Devín (Hrad Devín) no abre al público hasta las 10.00 y mando un mensaje al resto para que retrasemos la hora a la que hemos quedado en la puerta. Parece que nadie comprueba el móvil así que nos reunimos a la hora fijada, las 07.30. Antes de abandonar el hostal llamamos a la puerta de Igor para comentarle que dejamos todas las cosas en una de las habitaciones y que volveremos sobre la hora de comer; me cuesta un rato conseguir que atienda a las llamadas pero finalmente el pobre hombre, somnoliento y en calzoncillos, aparece y le doy el mensaje.

En la propia calle Obchodna y camino del casco histórico el día anterior vimos una sucursal de la cadena Naglreiter y hacia ella encaminamos nuestros pasos en busca del desayuno. Comparativamente desayunar en Bratislava es más caro que comer a mediodía y los eslovacos, por lo que podemos ver, pasan por la cafetería, cogen algo para llevar (café o algún bollo) y siguen su camino; lo de sentarse para desayunar no parece muy habitual.

Con más presencia de ánimo después de tomarnos un café y su respectivo bollo y con un andar parsimonioso y sin prisas vamos dejando atrás la, a estas horas “dormida”, Michalská ulica; los comercios y restaurantes se preparan para recibir en un nuevo día masas de turistas en el corazón de la vieja ciudad. En apenas unos minutos estamos bajo el estribo norte del Nový Most-SNP, dónde tienen parada varias líneas de autobuses, tanto urbanos como interurbanos. Tratamos de localizar en las dársenas el punto de partida de las líneas 28 y 29 que son las que pasan por Devín o directamente alcanzan el Castillo de la localidad.



Conseguir que te den cambio en monedas para las máquinas automáticas por estos lares no es nada fácil, así que toca buscar euros en el fondo de los bolsillos; al precio de 0,90 euros por billete sacamos todos los que necesitamos. En un panel luminoso obtenemos información de las horas de salida de las distintas líneas de autobuses y la dársena correspondiente. La línea 28 (pasa por Devín y te deja a 5 minutos caminando del Castillo) con más frecuencia de paso que la 29 (directa al Castillo) no aparece en la información que facilitan los paneles. No importa, el siguiente de la 29 sale a las 09.09, tal y como indican mis anotaciones.



En Bratislava los autobuses, trolebuses y tranvías se pueden abordar por cualquiera de sus puertas así que nos repartimos a la hora de entrar y así poder picar los billetes en las máquinas repartidas dentro del vehículo. El trayecto es corto, unos 15 km separan la capital de este enclave, y discurre por la orilla norte del Río Danubio. Nos llama la atención el despliegue policial que hay en un hotel a la salida de la ciudad, se debe celebrar un acto político importante.


El final de la línea 29 está en la parada de Hrad Devín (Castillo de Devín) y vemos como el autobús da la vuelta en la explanada para iniciar el recorrido de vuelta a Bratislava. En este lugar hay algunos bares y restaurantes que aún no han iniciado su actividad y comprobamos en los paneles informativos que el recinto del castillo no abre hasta las 10.00; tenemos tiempo para explorar los alrededores.

 

Sobre un promontorio de piedra y en un equilibrio casi imposible los restos del antiguo Castillo son testigos del paso del tiempo desde una posición alejada del caudaloso cauce del Danubio. En la parte baja de acantilado de piedra existen diversos senderos para ser recorridos a pie o en bicicleta en un escenario bucólico de tranquilidad con la omnipresencia del río. Nos entretenemos viendo como algún barco de carga remonta de manera cansina y esforzada la enérgica corriente del Danubio en su parte más profunda.




Es la hora marcada para la apertura de las taquillas y tras superar una rampa empedrada que parte de la explanada o aparcamiento alcanzamos un enorme pórtico de piedra donde un par de trabajadores abren la verja metálica, que hasta ahora cortaba el paso a los visitantes, y habilitan la taquilla de venta de tickets de acceso. Después de hacer efectivo el pago (3 euros por cada uno de ellos) alcanzo a mis compañeros que ya han iniciado la subida al recinto de la antigua fortaleza por medio de una rampa de gran inclinación. Me resulta chocante que en un lugar tan turístico los encargados de la taquilla no hablen ni una palabra de inglés. Cuando llego a la altura del grupo el zumbido de un helicóptero capta nuestra atención, parece ser de la policía; el acto que antes hemos visto en el hotel a la salida de Bratislava debe ser importante porque las medidas de seguridad son muy fuertes.




El Castillo ha desempeñado durante el paso de los siglos el papel de fortaleza por su privilegiada posición sobre el risco de piedra en la confluencia de los ríos Morava y Danubio. En el momento de nuestra visita su parte más elevada se encuentra cerrada al público por los trabajos de restauración que se vienen llevando a cabo desde hace unos años. En la parte más amplia del recinto existen diversos miradores desde los que se tiene una panorámica muy amplia de los alrededores: por un lado el pueblo de Devín (que da nombre al Castillo) en una bonita estampa con sus casas diseminadas por las colinas de color verde y por el otro la confluencia de los mencionados ríos y una vista en la orilla contraria del Danubio de los territorios de la vecina Austria.






Tenemos que “compartir” visita con lo que parece una excursión de un colegio de niños eslovacos, así que tratamos de ir esquivando su presencia para disfrutar en la medida de lo posible de la tranquilidad del lugar. Abandonando la parte principal de la fortaleza, cerca del emplazamiento de un pozo de 55 metros de profundidad, existe una pequeña exposición sobre la forma de vida que se llevaba en el Castillo y la historia del mismo que merece la pena una parada para aprender algo más del lugar. Al salir de aquí seguimos los caminos que recorren el interior de todo el territorio amurallado para ver los restos de un antiguo almacén de munición, de las casas de los primeros eslavos que habitaron el lugar y de una capilla del siglo V de la que apenas se conservan y muestran sus cimientos.






Cuando bajamos la cuesta de piedra que llega al Castillo en la explanada la actividad de los restaurantes de la zona empieza a despertar y mientras mis compañeros piden en Najvacpalac unas cervezas fresquitas para aplacar la sed me acerco a la máquina dispensadora de billetes de la parada del autobús para adelantar ese trámite. Bajo unos toldos, sobre unos bancos corridos de madera y con la calma y quietud que inspira el lugar mitigamos la sed con una jarras de 1/2 litro de Kozel (1,30 euros) y unos grandes vasos de Kofola (0,80 euros) esperando la llegada del transporte colectivo.


Después de 20 minutos en el autobús de la línea 29 nos bajamos en la parada ya conocida, la de Nový Most-SNP, porque queremos echar un ojo al interior de la Catedral de San Martín pero justo en la entrada un cartel reza “NO TOURISTS” porque se está oficiando una misa. Respetamos las instrucciones que el cartel muestra y apenas echamos un ojo desde la puerta principal, lo justo para observar la desproporcionada altura de la nave central y las vidrieras multicolores que tamizan la luz del sol exterior.


La temperatura es alta y el sol aprieta de lo lindo pero toca subida a la colina del castillo, que arranca desde la propia parada de buses de Nový Most-SNP. Dejamos atrás su refrescante sombra e iniciamos el ascenso pasando por la puerta de la Casa del Buen Pastor (Dom U dobrého pastiera), edificio de fachada rococó cuyo interior alberga un Museo de Relojes. Varios tramos de escaleras desembocan en una rampa de gran pendiente que a medida que asciende se aleja de la orilla norte del Danubio y va a cruzar bajo la Puerta de Segismundo, uno de los accesos a la antigua fortaleza. En su parte alta hay unos pequeños jardines rodeados por parte de la muralla original ahora reconstruida y que sirven de colosal mirador de toda la ciudad con panorámicas muy bellas de la fachada de la Catedral de San Martín y el Danubio, siempre presente.




Abandonamos esta zona pasando por delante de la estatua de Santa Isabel de Hungría, dentro de la zona ajardinada, y bordeamos el enorme edificio cúbico de color blanco con cuatro torres en cada una de sus esquinas. En la entrada principal un grupo de soldados con trajes de época hacen guardia y custodian el acceso al edificio; el Castillo de Bratislava (Bratislavský hrad) acoge en su interior el Museo Nacional y el Museo de Historia y nos asomamos a su austero patio interior donde se agradece el frescor que proporciona la sombra y el cobijo de sus anchos muros.




 

Dejamos atrás el edificio y caminamos hacia la salida colocada en el extremo contrario por el que hemos accedido hasta encontrar frente a la Puerta de Viena el Parlamento Eslovaco (Národná rada Slovenskej republiky), un edificio moderno y con escaso interés arquitectónico aunque evidentemente importante en el desarrollo político del país, y con una posición muy destacada, en un acantilado sobre el Danubio.



Desde este punto y siguiendo en principio el trazado de Palisády ulica y Zámocká ulica, callejeamos para alcanzar un restaurante que me han recomendado desde la Oficina de Información Turística de Bratislava ya que esta zona por la que ahora nos movemos está fuera de los recorridos habituales por la ciudad. Lo encontramos sin mayor dificultad siguiendo el callejero del mapa, una cabra en su fachada da la bienvenida a los clientes, su nombre Reštaurácia Kozia brána. Aquí no hay rastro de turistas, solo eslovacos cuyo aspecto denota que trabajan en oficinas cercanas y hacen uso de su hora del almuerzo.


Nos atiende un chico joven, en un perfecto inglés, y nos canta las opciones del menú del día: sopa de pollo o cebolla de primero y de segundo plato a elegir Bryndzové halušky, carne con chile y arroz, o escalope de pollo con ensalada. El precio del menú completo es de 4,50 euros. La cerveza que acompaña nuestra comida es Budvar de tirador y se paga aparte; 1,40 euros la jarra de 1/2 litro. La comida está muy buena, el local es amplio, luminoso y moderno y la relación calidad precio es más que notable. Desde luego seguir la recomendación ha sido un acierto.






Nuestra siguiente parada va a requerir un paseo algo más exigente por lo que nos tomamos un café para reposar un rato la comida antes de abordar nuestro próximo objetivo. Tomando la Panenska ulica a la salida del restaurante buscamos el Next Apache, una cafetería con ambiente de artistas y estudiantes. Nos pasamos de largo en el primer intento y tras preguntar en un restaurante cercano atinamos con el número 28 de la mencionada Panenska ulica. El sitio es pequeño, con dos estancias diferenciadas. Una primera dónde la barra y los taburetes altos conviven con un par de mesas bajas y una segunda habitación, más íntima en la que libros y revistas de cualquier temática forran las paredes y están prestas para proporcionar un rato de entretenida lectura a todos los clientes que así lo deseen.





Cuando sirven un café en Centroeuropa, lo hacen a conciencia; es todo un arte ver cómo trabajan el vaso para conseguir que las capas, texturas y colores se combinen sin llegar a mezclarse. Casi da pena introducir la cuchara y agitar el contenido (el precio de uno de estos cafés varía entre 2,10 euros el capuccino y 2,30 el café con leche). Probamos también suerte con una limonada; agua y zumo de limón, con un sabor y consistencia un tanto insulsa. Supongo que nos equivocamos al pensar que nos servirían algo parecido a un granizado de limón tal y como siempre lo hemos conocido. Tampoco nos ha costado mucho, todo sea dicho, a 0,80 euros el vaso.


Hemos reposado la comida y ahora sí que es el momento para callejear por esta zona de Bratislava en busca de la Na Slavíne, una calle enrevesada y con múltiples ramales. Damos fe de que estamos ascendiendo uno de los montes que forman los Pequeños Cárpatos porque nos topamos con cuestas de gran pendiente (21% algunas de ellas) y dificultad mientras comprobamos que esta debe ser una zona noble de la ciudad por la grandiosidad y ostentosidad de las villas y fincas que salpican nuestra ascensión y la presencia de algunas embajadas extranjeras. En algo menos de 20 minutos nos plantamos en la escalinata adornada con relieves de bronce y estatuas que da acceso al monumento Slavín, construido como homenaje a los soldados soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial ante el bando alemán.


A mitad de escalinata me giro para divisar al fondo la inconfundible figura de color blanco del Castillo de Bratislava. El monumento Slavín en sí es un cementerio en el que se alojan lápidas de más 6.000 soldados soviéticos y constituye una enorme plataforma desde la que se puede contemplar una de las mejoras vistas de la ciudad y sus monumentos más representativos. Como punto sobresaliente dentro de Slavín destaca un obelisco de casi 40 metros de altura sobre el que se erige una estatua de un soldado soviético. Muchos jóvenes eslovacos agradecen la llegada de las temperaturas primaverales tumbándose sobre las superficies de piedra y tomando el sol. Descansamos por unos minutos y paladeamos la paz y tranquilidad de este entorno antes de comenzar el descenso hacia la ciudad, por una escalinata que parte de la cara posterior del obelisco.









La bajada es más llevadera a pesar de los recovecos y atajos que esta zona residencial ofrece a los transeúntes en forma de escaleras de transición entre fincas y propiedades privadas. Presenciamos como una grúa retira un coche mal aparcado que no tendría nada de particular de no ser por la forma de elevar el vehículo, algo que no habíamos visto nunca hacer de esa manera, cosa que nos llama la atención. Usando el mapa y la orientación nos plantamos en la fachada del Palacio Presidencial (la que da a la Štefánikova ulica).



En el patio del Palacio se está ejecutando el cambio de guardia, ya que el reloj marca las 5 en punto. El agua de la fuente de Hodžovo námestie brota a borbotones y parece transmitir a todos los visitantes que pasan por la zona una anhelada sensación de frescor que permite un resuello ante el calor reinante. Atravesamos el subterráneo que cruza la plaza y por una calle secundaria entramos en Obchodna, justo a la altura del puesto de helados que ya conocemos y del que volvemos a hacer uso.



Son las 17.20 cuando nos despedimos de Igor, después de hacer un último paso por el aseo de la habitación en la que nos ha permitido guardar nuestras cosas. Último recorrido por el centro histórico, Michalská ulica y Hlavné Namestié, como antesala a la entrada por el arco hacia la Plaza del Primado (Primaciálne námestie) donde se levanta el Palacio Primacial (Primaciálny palác), edificio señorial de color rosa. Pasamos frente a la Oficina de Turismo de Bratislava y enfilando la Klobučnícka ulica rodeamos la fachada del Antiguo Mercado (Stará Trznica) hasta llegar a la Plaza SNP (Namestié SNP) cuyas siglas se deben al Levantamiento Nacional Eslovaco. Al fondo se recorta la silueta inconfundible del Hotel Kyjev, construido en la década de los 70, conserva su estética comunista.



Hacemos un alto en un LIDL de la Dunajská ulica para acarrear algunos víveres para la cena en el autobús, el desayuno de mañana y aprovechamos para comprar algunas cervezas para el próximo fin de semana. Sólo nos queda llegar hasta el final de esta calle para toparnos de nuevo con el Cementerio Ondrejský y tomarlo como referencia para, siguiendo el mapa de la ciudad, acabar en Moskovská ulica, 16.

No hay aparentemente nada llamativo en la fachada blanca del edificio ni en el rótulo pintado en la pared que resulte atrayente para entrar en este local, salvo las buenas referencias que he encontrado en internet. Se trata de la Pivovarský Hostinec Richtár Jakub, una cervecería catalogada como una de las mejores de Bratislava (si no la mejor). Al bajar los peldaños que separan el nivel de la calle con el interior del local lo primero que se puede ver es una batería de grifos prestos a tirar cerveza, sin barra de por medio. A un lado y otro de los grifos, mesas llenas de gente con jarras y vasos de todas las formas posibles conteniendo cerveza en todas sus variedades, de color, textura y apariencia.



No hay sitio, probamos a atravesar una zona de paso que comunica con una terraza en un patio exterior abierto; imposible, todo completo. Por suerte una pareja que se sienta en la zona de transición entre el local interior y el exterior se levanta, ocasión que aprovechamos para literalmente “acampar” y apropiarnos de ella. El dueño, un hombre alto con el pelo largo y rubio recogido en una coleta, se presenta y me cuenta en inglés que es tradición explicar a todos los clientes los tipos de cerveza que disponen en los grifos, su proceso de elaboración y sus principales características. Conocía este aspecto del local y atiendo con sumo interés las explicaciones que me brindan.

Para la primera ronda probamos la cerveza de la casa, fabricada artesanalmente, la Jakub 12%. Como todas las que aquí fabrican, es una cerveza natural, sin filtrar y sin pasteurizar, refrescante, con un amargor contenido y especialmente rica al paladar. Sigo los consejos del dueño del local y pedimos algo para picar y acompañar a la bebida; pescaditos fritos (tipo chanquetes), queso a la plancha y un codillo para la segunda ronda que es una cerveza tostada ámbar, la Norbert 13%. Los snacks que hemos pedido de acompañamiento ¡¡¡están todos riquísimos!!!. Al tratarse de cerveza natural y de elaboración propia los precios son obviamente algo más elevados, pero nada que resulte prohibitivo: 1/2 litro de la Jakub 12% cuesta 1,90 euros y 0.4 litros de la Norbert amber 13% se pagan a 2,50 euros.









Disfrutamos del ambiente cervecero que reina en el local y nos deleitamos con las bandejas que portan los camareros en las que se muestra el contraste entre recipientes, formas y colores de la cerveza. Es una pena que nuestro autobús parta en breve, porque el lugar es de esos sitios que te invitan a pasar horas muertas en grata compañía y con cerveza de calidad. Abandonamos en local, apenas caminamos 5 minutos y entramos en la estación de autobuses de Bratislava. Nuestro autobús parte hacia Budapest a las 20.15 y un cuarto de hora antes estamos en la terminal preparando unos bocadillos para cenar en el trayecto mientras otros localizamos el andén de partida del bus de Orangeways que hemos de tomar.


El conductor ni siquiera mira el justificante de haber comprado los billetes por internet, nos dice que pasemos sin más. Los asientos están numerados pero el vehículo casi vacío no nos obliga a solicitar que nos cedan el sitio algunos estudiantes españoles que ocupan los que supuestamente nos corresponden. Justo antes de partir, carrera hacia la terminal de la estación para pasar por el aseo urgentemente, efectos colaterales de la cerveza. A la carrera y esquivando a la señora que pide 20 céntimos por el uso de los aseos, en un abrir y cerrar de ojos estamos de nuevo posicionados en el autobús que parte con puntualidad máxima.

A medida que nos alejamos y la estampa del Castillo de Bratislava se minimiza el cansancio se apodera de todos, que dormitamos hasta una parada intermedia en un área de servicio. Según el horario de los billetes la llegada al destino ha de producirse a las 22.30, pero no es así, y llegamos a la terminal de Orangeways en la HU en la Üllői utca-129, justo en una de las tribunas laterales del Albert Flórián Stadion donde juega sus partidos como local el equipo de fútbol del Ferencváros (el más laureado de Hungría), a las 22.50.


Toca correr, localizar la boca de metro de Népliget y comprar 10 billetes sencillos (los bonos de 10 están agotados) para llegar al andén apenas unos minutos antes de que pase el último convoy. Nos despedimos en Deák Ferenc Ter, mañana nos volveremos a reencontrar en este mismo lugar. Los inquilinos del apartamento de Nádor utca, camino de él, somos testigos de la generalización en  otros países de un fenómeno que conocemos bien en España: el botellón. El escenario para su desarrollo es la Erzsébet tér (Plaza Isabel) donde dejamos a centenares de jóvenes enfrascados en su diversión para buscar el reparador descanso que nos merecemos.



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